sábado, 17 de noviembre de 2007

La quinta lluvia

Hoy no llueve en la ciudad. Aunque sí llueve en mi habitación. El cuarto se inunda como mi ser cuando me quitás el aire. Sabés bien que mi oxígeno es tu oxígeno y que tus besos son mi nutrición; sin ellos no soy más que un perdido e imaginativo caminante en una gigante y melancólica ciudad o en mi perfecto laberinto. De cierta forma, no me quedó otra más que caminar por mi habitación hasta recostarme y mirar al techo como cada noche. Así fui llevado hasta un recuerdo bastante nuevo de mi mente:
En ese entonces, me encontraba en la calle y el cielo estaba completamente nublado. Eramos varios en la alta vereda pasándonos una botella mientras la música se pronunciaba dentro de nuestros oídos; mientras tanto, algunos dábamos pequeños pasos de baile en una madrugada aún oscura. Finalmente, tres mujeres salieron de una ventana a nuestro encuentro. La primera preguntó por mi y yo le dije: Lo siento, no estoy disponible. A pesar de mi respuesta, ella y las otras dos bajaron hacia nosotros. Mi interesada se sentó junto a mi y apoyó su cabeza en mi pecho. Ella pudo sentir mi corazón latir y me preguntó: ¿Por qué late tan rápido tu corazón? Me quedé pensativo y le respondí: Claramente, no es por vos. Acto seguido, se alejó y me dijo: ¿ Por qué me maltratás? Y lo último que recuerdo es haberle dicho: Porque vos no sos a quien realmente amo. No tiene sentido engañarte y menos hacer creer a mi mente que mi amada sos vos.
Al rato, me encontré en mi habitación. No sabía bien cómo había regresado pero allí estaba. Comencé a pensar en mis propio discurso: ¿Acaso tenía razón en haber rechazado nuevamente a otra posible amante? Por supuesto, mi corazón respondió afirmativamente y mi mente se dignó en aceptar, como siempre, las respuestas de mi puro corazón.
Cerca de la despedida de la luna estaba, nuevamente, con una botella tomando para saciar la sed de frustación y tu clara ausencia en mi cuerpo. Tal vez así logré tapar, por un pequeño período, mi dolor por vos. Sin embargo, los clamores de mi corazón no podían ser callados con una bebida, sólo podían ser callados con tus propios labios, tus propias caricias, tu mirada y tus sueños a mi lado. Únicamente así seré feliz, sino no tendré más que ilusiones dentro de un placard con ropa olvidada y comida de polillas; de esta manera, desaparecerá mi vestimenta y también lo hará mi alma de enamorado y príncipe de cuentos de ensueño; hoy me reconocí como el príncipe de la lluvia y a vos te reconocí como la princesa del sol. Curiosa diferencia, simpática atracción, perfecto deseo.

jueves, 15 de noviembre de 2007

La cuarta lluvia

Dentro de la habitación le pareció oir gritos. Se levantó de la cama a gran velocidad, abrió la puerta y no halló nada fuera de su lugar. La luz del pasillo estaba encendida, el perro dormía en su pequeña colcha y las otras habitaciones no parecían estar diferentes de cualquier otra típica noche. Volvió a su cuarto en plena oscuridad y prendió la lámpara golpeando sin querer la caja negra y haciendo tambalear al reloj de arena que, como siempre, no indicaba una hora concreta.
Se quedó un buen rato parado junto al escritorio y pensó en su manera de actuar. Se sumergió en sus pensamientos y apareció en el laberinto; nunca había estado en esta parte, un pequeño lago había dentro del sitio. Caminó por las orillas hasta que se detuvo a mirarse en el reflejo del agua. Al instante, se arrojó a ella. Comenzó a nadar cada vez más profundo y, al mismo tiempo, perdía oxígeno y fuerza en los brazos. Creyó que sus ojos explotarían y que en algún momento abriría la boca para ahogarse. Estaba seguro que suicidándose en el lago volvería a la superficie. No obstante, cierto es que el agua empezó a entrar por su garganta y él la bebía sin cesar. Sin embargo, no ocurría nada. Podía continuar descendiendo o subiendo, a su vez, sus ojos tampoco le dolían más. No entendía realmente lo que sucedía. Decidió ir a la mayor depresión del lago. Probablemente haya tardado horas hasta que halló un pequeño submarino de juguete. Lo empezó a mirar detalladamente y pudo corroborar que había pequeños tripulantes dentro y que lo observaban con terror. ¿Acaso era un monstruo en ese habitat? Tomó la decisión de soltar el submarino de juguete y alejarlo de él lo más lejos posible. Estaba enojado y temía destruirlo. A los cinco minutos, se arrepentió y recomenzó la búsqueda del juguete. Se le había ocurrido una idea. Así es, llevarlo a la superficie.
Por más que diera vueltas y vueltas por todo el lago no hallaba al puto submarino. No podía haber desaparecido así como así. Ascendió lo más alto posible hasta llegar a la superficie. En ella, pequeños barcos de papel circulaban a su alrededor y con total malicia hizo hundir algunos con golpes al azar. Al salir del lago, observó el cielo; aviones de papel volaban de aquí para allá. Algunos más grandes que otros pero la mayoría eran muy similares en su estructura como si una única mano les habría dado vida.
Al ver la orrilla halló a un pequeño niño armando un pequeño castillo con naipes españoles. Se acercó y empezó a ayudarlo. A la media hora, a ambos se les había caído el castillo una innumerable cantidad de veces, por lo tanto el niño optó por tirarse al lago. Como se preocupó, al verlo tirarse a un lago tan profundo, se lanzó nuevamente. Dentro del lago, se hundió en las profundidades hasta que lo encontró jugando con el puto submarino que tanto buscaba. Cuando quiso agarrar la mano del niño, éste desapareció, luego el juguete y, por último, el lago. Ya no estba ni siquiera en el laberinto.
Reapareció en su habitación apoyado contra el placard bordó. Se quitó la remera y se acostó. A los diez minutos una leve lluvia o garúa se hizo presente en la cercanía a la madrugada. Hoy no había luna y el techo, con goteras, no lo llevaba al laberinto. Una vez más, el laberinto echó a su dueño y no le permitió reingresar a averiguar las dudas acumuladas a lo largo de la noche. Claramente, el laberinto estaba fuera de su control.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

La tercera lluvia

En el laberinto llovía a cántaros. Mientras tanto, alguien daba vueltas sin cesar y no le importaba en lo absoluto empaparse. Me acerqué y le pregunté: ¿Qué te pasa, estás loco, cómo vas a correr así bajo la temible lluvia? ¡Vas a enfermarte! Recibí, a los gritos, como respuesta: ¿Qué decís? ¡No te escucho, hablá más fuerte! Repetí las preguntas y la exclamación, nuevamente, clamando pero él seguía sin comprender y yo no podía entender tampoco lo que sucedía. ¿Por qué no llegaba a comprenderme? ¿Acaso había perdido la voz o es posible que en este lugar haya algo más fuerte que mi propia voz?
A pesar de mis teorías, el flaco seguía girando sin parar. No se detenía y por más que yo le hablara siempre me contestaba lo mismo o no me decía nada ya que estaba muy enfocado en su correr. Era un joven, con el pelo castaño y corto, que estaba con barba de unos días sin afeitar y llevaba puesta una remera negra, la cual tenía una palabra que empezaba con D algo borroneada y, a su vez, unos jeans claros. Me cansé de mirarlo y me harté de insistir en la comunicación oral. Entonces opté por buscar una lapicera en el bolsillo de mi tapado pero la misma había desaparecido o tal vez la había dejado en el otro tapado. Dada la situación, decidí irme del laberinto por voluntad propia ya que esa noche estaba demasiado lluviosa y peligrosa como para quedarme viendo a un idiota correr; aunque me quedé con muchas dudas sobre él.
Cuando llegué a la cama, miré el techo como cada noche y, esta vez, ella vino a mi mente. Tan hermosa con sus ojos mirando el cielo y tan preciosa con su caminar ligero. Pronto, sentí como mi corazón se llenara hasta quedar de un intenso rojo vivo. Lo pude ver claramente, mis manos se aproximaron hacia mi puro corazón. En ese instante, lo toqué con miedo y retiré la mano rápido. Luego, me animé a acariciarlo y, enseguida, estaba en el laberinto completamente empapado y acostado. Lo vi al flaco correr pero estaba vez la lluvia había parado y estaba cerca del amanecer. La noche estaba cediendo a la luz del día y él estaba cediendo a su largo andar en círculos.
Finalmente, se detuvo. Se sentó en el suelo y me gritó: Che, está por amanecer. ¿ Qué hacés acá? Lo había oído a la perfección y le iba a responder pero, en ese momento, desaparecí del laberinto. Reaparecí en mi habitación, miré el reloj de arena y no supe qué hora era pero estaba por amanecer y la lluvia estaba calmada, se podría decir que la misma había cesado. Sin embargo, había algo más interesante que la lluvia. Pues, sobre el escritorio y junto a una pluma, descansaba una caja negra.

martes, 13 de noviembre de 2007

La segunda lluvia

Hoy mi rostro tiene más color que de costumbre. Como podrán imaginar el sol no me agrada para nada y no quiero relación alguna con él. Sin embargo, siento que ese ente estuvo de alguna manera queriendo llegar a mi. Sé que es una hipótesis un tanto extraña aunque no por eso carece de validez al no haberme expuesto en él durante todo el día. Más allá de eso, empiezo a buscar otras variantes de por qué tengo mayor calidez en mi cara. Por ejemplo, acaricio mis mejillas con mis manos y siento al calor emanar de mis poros. A decir verdad, no le encuentro simpatía a este hecho. Por lo tanto, tendré que buscar una manera de enfriar este cuadro que me autodiagnostiqué.
Acto seguido, me levanté de la silla y abrí la persianas para ver la noche primaveral en el cielo algo nublado de mi ciudad. Ustedes (no) pensarán que esto lo hacía acercándome al vidrio del ventanal amplio que hay en mi habitación, pues (no) es así. Aún así, mi mente ya se encontraba en el exterior del ventanal. Sentado en el pequeño patio, que hay junto a mi cuarto, un joven similar a mi pero afeitado está observando la luna en plena medianoche porteña. Su mirada algo taciturna me recuerda a veranos de años anteriores; la soledad había llegado a mi y yo la estaba conociendo mientras tenía un trato perfecto con mi propia identidad de lector e inicios de idealización como escritor. Lo cierto es que me visualizaba claramente con unas pequeñas lágrimas en la mejilla derecha, de hecho siempre creí que lloraba más de un ojo que del otro hasta que una persona en particular supo decirme que era una poética creación de mi mente y nada más que eso. Por supuesto, no le creí.
Volví a cerrar las persianas y miré el reloj de arena sobre mi escritorio, no tenía ni la más puta idea de qué hora era. No obstante, quedaba precioso. Encendí el ventilador porque me sentía sofocado, a su vez, tenía la sensación que mi cuerpo estaba cada vez más acalorado y no precisamente de excitación sino por una especie de fiebre. Es por eso que me recosté en la cama al igual que ayer; la única diferencia fue que, esta vez, cerré los ojos. Dejé que el aire dé en mi cuerpo. Me quité la remera y luego el pantalón hasta quedar sólo en ropa interior. De a poco, el calor de mi cuerpo fue cediendo a la temperatura habitual hasta finalmente establecerse como debía.
Luego de unos minutos de frialdad en mi frente, abrí los ojos. Me encontraba en un laberinto, otra vez, pero completamente solo. En realidad, no estaba tan solo ya que la lluvia me acompañaba. Sin embargo, ¿ De qué me sirve la lluvia en el laberinto? Una pregunta que hoy en día no tengo respuesta.

lunes, 12 de noviembre de 2007

La primera lluvia

Antes de que mi reloj marque la medianoche me fui de paseo por mi laberinto mental; sin embargo, en lugar de toparme con Bowie(una pena, ya habrá otra oportunidad) me encontré con un pequeño niño de pelo cortito y de mirada perdida. Le pregunté qué hacía en un lugar como mi mente y él se negó a responderme o eso me pareció.
Me quedé pensativo un buen rato, tal vez una hora. Al salir de mi andar en círculos, volví a dirigirme al chico: ¿qué pensás? Está vez alzó la frente y después de observarme detalladamente(momento en el cual noté que sus ojitos se entrecerraban al mantener su mirada fija, razón por la cual surgió en mi la hipótesis de una mirada miope)pronunció sus primeras palabras: ¿Conocés este lugar?... Y de sus palabras se formaron una secuencia de imágenes en el aire que rápidamente reconocí. Entonces me pregunté qué mierda hacía mi infancia personificada dando vueltas por mi mente nuevamente. Probablemente no tenía nada que hacer aunque ese no es un justificativo claro para establecer un parámetro certero o conciso de una razón para revivirse dentro de mi ciudad laberíntica.
En un abrir y cerrar de ojos una pequeña llovizna empezó a dispersarse y el niño, que llevaba una remera blanca con una lengua roja en el centro y un jean azul claro, se comenzó a mojar. Como no quería que mi pasado se enferme, por milésima vez, saqué de mi morral negro un pequeño paraguas, también negro, con el cual nos cubrí. Al mismo tiempo, ambos mirábamos la ya consolidada lluvia caer fuertemente en el laberinto; creo que ambos, en ese momento, pensamos si estábamos siendo grabados por una cámara; la cual se iba alejando, lentamente, desde la punta de nuestro paraguas hasta el principio de donde nacía la lluvia creando así un plano brillante para la vista de esta visión nocturna que tengo, sobre la cama recostado, y, a su vez, con la mirada fija en el techo blanco algo deteriorado que demostraba que con el paso del tiempo la humedad dejaba rastros así como las mujeres que se acostaron junto a mi bajo ese mismo techo dejaron marcas en mi corazón, espalda, cuello, labios y ,para no dejar sin nombrar a otros sectores, generalizaré en todo el cuerpo. Aunque esto me lleve a quitarle un poco de la escasa sensualidad al relato; claro está, que no estaba interesado en llevarlo para ese lado. Por lo menos, no hoy.
Al final, estoy en mi habitación. La medianoche arribó mientras estaba en el laberinto e incluso me perdí la clásica vista a la luna de la medianoche. No obstante, mañana podré hacerlo o sino pasado mañana. Aún tengo muchas lunas que ver en el tiempo futuro que nos espera. Quizá algún día pueda ver la luna en sepia. A ciencia exacta, no lo sé. Mas es cierto que no depende de mi solamente sino también de ella; la mirada sepia que ciertas veces pensé tener y que, finalmente, no tendré si la historia continúa de esta manera. Una lástima, real pena. A veces repienso porqué las cosas no funcionaron como debían y la verdad no hallo una respuesta concreta al respecto. Es muy factible que no quiera reconocer esa respuesta aunque, al fin y al cabo, debería... Si es que quiero dejar escapar de esta prisión virtual a mi melancólico corazón que no deja de clamar por su merecida libertad.